El rebaño

El rebaño

Marcelo fue hijo único. Eso, habitual en las ciudades, no lo era tanto en este pueblo de Catamarca donde unas pocas casas se desparramaban entre dunas y médanos olvidados. El aire seco y salado agrietaba los labios en un paraje donde respirar no resultaba tan sencillo. Partículas de tierra y arena flotaban en el viento que abrasaba durante el día y helaba hasta los huesos por la noche.

 

Ocasionales transeúntes, algunos turistas, otros comerciantes o simplemente visitantes, parientes de zonas cercanas, relataban historias acerca de llamas, ovejas y otros animales que impresionaron a Marcelo desde pequeño. Siempre soñó con tener su propio rebaño. Sin embargo, ni la hierba más fuerte ni el animal más porfiado lograba sobrevivir en aquel desierto entre montañas. Cada planta que quiso cultivar, cada brote que quiso nacer fue devorado por el viento y digerido por la arena.

Con el tiempo el deseo se hizo obsesión y la perseverancia insignia. Marcelo era un pastor sin rebaño, un youtuber sin seguidores. Como un músico sin melodías, recorrió cada sendero y cada cuesta en busca de respuestas.

 

Las casas de sus vecinos fueron apagándose. Algunos migraron, otros se agruparon no muy lejos de allí. Pero no Marcelo. Él no se rindió, no dimitió aunque quedara solo, aislado de todo ser vivo. Levantó el estandarte de su anhelo más profundo y lo llevó con orgullo a pesar de los comentarios descalificadores y las burlas de los demás. Se mantuvo fiel a sus convicciones y logró convertirse en aquello que soñaba: un pastor.

Todavía hoy, si se observa con atención, se lo puede ver, apasionado, arriando su rebaño de rocas entre la arena. Sabiendo que, donde estuvieran, sus padres estarían orgullosos de él.

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