El día del juicio

El día del juicio

Yo solamente quería un souvenir, algún fragmento olvidado de asteroide o polvo de la estela de un cometa. De uno pequeño, tampoco la gran cosa. Algo de recuerdo de este lado del universo para llevarle a Hiksta, mi hija, después de tanto tiempo de ausencia.

 

Un compañero me dijo que pasando el cuadrante M33 había visto un campo de asteroides estable donde podía recolectar algunos muy bonitos. Así que pensé «después de tanto, un poco más no va a cambiar nada, sobre todo si le puedo llevar algo lindo» y vine a buscarlo, pero no lo encontré. No sé si las coordenadas estarían mal o me confundí de cuadrante, pero cuando me quise dar cuenta estaba perdido. Y, para colmo, mi nave se quedó sin energía. Vieron cómo son esas viejas celdas energéticas, se agotan más rápido de lo que se recargan. La luz del tablero se encendió y supe que tenía que encontrar un lugar para esperar que se complete el ciclo de recarga. Consulté el mapa y un planeta cercano tenía las condiciones necesarias. En mis registros figuraba como el planeta VX872, más tarde me enteraría que los lugareños le llamaban La Tierra.

 

Tuve que dar un rodeo al vecino colorado para ganar impulso porque ya casi no tenía energía. El envión resultó un poco mucho y llegué con más velocidad de la que quería. Pensé que la atmósfera iba a causar mayor fricción, pero pasé como por un tubo. Tanto que si no maniobraba la nave como el piloto experimentado que soy, me hubiera estrellado contra una de las montañas. Por suerte conseguí la estabilidad necesaria como para amortiguar el golpe y mantener la estructura intacta. Bueno, casi intacta, porque la puerta quedó trabada y no podía salir.

 

Juro que solamente quería un souvenir. No es que vine a explorar, o que tenía alguna intención oculta. De hecho, no tenía ningún plan de conocer este planeta. Igualmente, tengo que reconocer que la vista era hermosa. Un cordón montañoso se levantaba, inmenso, hasta donde se podía ver y se salpicaba de lagos, picos nevados y vegetación. En algún punto me hizo acordar a casa. Me aferré a la idea de que en sesenta ciclos lumínicos de la estrella del sistema las celdas estarían recargadas y pronto regresaría junto a Hiksta. Parecía que iba a ser una estadía tranquila, incluso aburrida. Parecía que el planeta estaba desierto. Parecía…

 

Los primeros en llegar fueron un grupo de criaturas montadas en algún tipo de transporte con ruedas. Poco después me enteré que se autodenominan humanos o personas. Los vi a través del reconocedor de entorno de la nave, aunque ellos no podían verme a mí. Algunos se acercaron con lo que me pareció un ánimo curioso. Otros, los menos, mantuvieron la distancia. Una distancia con aires de desconfianza. Quise comunicarme con ellos, pero el decodificador lingüístico estaba dañado. No sé qué habrán escuchado para que retrocedan de inmediato y se alejen velozmente en su vehículo. Recuerdo que en el momento creí que ya no volverían. Me equivoqué.

 

Tardaron seis ciclos de la estrella en regresar, aunque ya no eran los mismos ni tampoco montaban aquéllos vehículos. Esta vez eran más y se rodeaban de materiales más duros y algo que el sistema de reconocimiento clasificó como alguna clase de explosivos. Formaron un perímetro alrededor de la nave y se quedaron allí, expectantes, igual que yo. Bueno, no igual, ellos se movían de forma organizada y coordinada. Los vi acercarse, los vi gritar, los vi queriendo entrar a la nave (pobres ilusos) y finalmente sentí una serie de impactos contra el escudo néptico de la coraza. Luego retrocedieron y se reagruparon.

 

Como no conseguí comunicarme con ellos y no podía irme hasta que las celdas energéticas estén cargadas por completo, decidí relajarme y disfrutar del espectáculo. No me malinterpreten, a esa altura ni se me ocurrió que podía pasar lo que pasó. Simplemente me acomodé en la cabina y me las ingenié para captar señales aéreas que pude decodificar en mi pantalla. Imágenes de la nave y montones de estos humanos hablando, congregándose en diferentes partes, incluso aquí mismo. La zona se plagó de personas. Al principio no entendía nada, no cargaba en el sistema un decodificador para este lenguaje, pero pasado un tiempo el procesador recogió parámetros suficientes como para traducir lo que decían. Fue entonces cuando empecé a preocuparme.

 

Los humanos debatían, se peleaban, intentando descifrar mis intenciones en el planeta. Se repartían entre los que sostenían que se trataba de una invasión, los que aseguraban que era un emisario llegado para negociar comercio interplanetario, quienes creían que era un montaje para distraerlos de los verdaderos problemas y unos pocos que levantaban las banderas de la paz.

 

Me apresuré a mejorar mi equipamiento y envié mensajes cifrados en todos los códigos humanos que me fue posible distinguir para hacerles saber que no era más que una escala temporal por un imprevisto mecánico. El resultado fue todo lo contrario a lo que esperaba.

 

Los que creían en una invasión lo tomaron como un engaño para debilitarlos, los teóricos conspirativos creyeron que no era más que más del mismo circo y los partidarios de la paz se radicalizaron y organizaron acciones para enfrentar a los otros. En unos pocos días la violencia escaló de manera alarmante. En diferentes partes del planeta se multiplicaron los enfrentamientos. Yo los vi todos en mi pantalla. Los grupos armados alrededor de la nave se duplicaron, así como también los manifestantes. Entonces capté una señal diferente. Algo que parecía un comunicado. Uno de sus líderes ordenó un ataque directo. Temí por las vidas de los, ahora miles, agrupados en las inmediaciones de la nave. No parecían dispuestos a irse. Entonces otros líderes se opusieron al primero. Argumentaron que tenían que proteger a la gente. Los enfrentamientos se hicieron más y más intensos justo antes de la primera bomba. La explosión mató a la mayoría, pero la respuesta fue peor. Un sinfín de proyectiles fue lanzado en todas direcciones. Algunas como ataques, otras como contraataques. Y, en medio de todo, conflictos armados, balas, cuchillos y golpes de puño. Al cabo de algunas semanas los sensores ya no registraban más señal de vida que la mía.

 

Así que no me quedó más que esperar a que las celdas energéticas se llenen por completo el abandoné el planeta. Sé que es difícil de creer, pero eso fue tal cual lo que pasó. Mis intenciones no fueron más que esperar para poder volver a casa, a mi hija, y llevarle un souvenir. Por eso les pido, señores del Tribunal, que en su fallo contemplen lo que les cuento y entiendan que hice todo lo que estuvo a mi alcance para impedir que esas desquiciadas criaturas se destruyan. Confío en que su juicio será mejor que el de ellos.

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